Un día como hoy, hace cincuenta años, se estrenó en la Argentina la película Crónica de un niño solo de Leonardo Favio. Cineasta, actor, músico, intérprete e ícono cultural, Favio recogió experiencias e imágenes de su infancia y las reflejó en una historia de abandono y soledad. Ofrezco aquí una breve revisión y una opinión personal sobre esta película.
Como el hito fílmico que es Los cuatrocientos golpes de François Truffaut, Crónica de un niño solo también narra las vivencias (gratas y no tan gratas) de la infancia de su autor, también fue rodada en escenarios reales y familiares al cineasta, y también está dedicada a un amigo y mentor, el cineasta contemporáneo Leopoldo Torre Nilsson.
Pero la niñez y sus dificultades no eran abordadas por vez primera por Favio. Ya en 1961 había realizado un cortometraje llamado El amigo, donde describe la carestía y las desigualdades a través de dos niños de clases sociales distintas (acaso movido por su filiación peronista). Sin embargo, Favio desiste de darle rasgos realistas a este sencillo argumento, convirtiendo el encuentro de sus personajes en una especie de fábula o ensoñación.
Para Crónica de un niño solo el cineasta vuelve al tema pero evocando sus propias vivencias en la villa miseria donde creció y en el patronato de menores donde su hermano y él fueron asistidos al quedar huérfanos. Entre estos dos ambientes Favio concibe a su protagonista, Celedón Rosa, apodado Polín, un chico a puertas de la pubertad, como el Antoine Doinel de Truffaut.
El autor comenta lo siguiente sobre el origen de su guión, confirmando dicho enfoque dual: “Yo había escrito un guión para un mediometraje, se llamaba Veinticuatro horas para comenzar. Era la historia de un niño –en este caso Polín–, escapándose de una celda en un patronato de menores. Escapaba de la celda en una ardua tarea, corría y después se iba donde estaban sus circunstancias, o sea la villa miseria.”
De manera muy obvia reconocemos la bipartición del argumento: desde los días rutinarios del protagonista en el reformatorio, hasta el día en que golpea a un instructor, y dicho acto lo lleva a otra correccional de la que escapa para volver a la villa semi-rural de la que alguna vez salió. Polín y su entorno nos son presentados a través de recursos justos pero sin dejar de responder a un estilo dramático. Lo vemos fumar sus diminutos «puchos», besando el rostro de papel de Mónica Vitti o simplemente sosteniendo diálogos fútiles con otros niños igual de hastiados que él.
En estas circunstancias, el espectador halla desde el inicio del film los fragmentos de la realidad que el autor intenta explorar con sutileza y medios propios. Bajo una influencia admitida de Robert Bresson, especialmente de Un condenado a muerte se ha escapado (1956), Leonardo Favio describe mesuradamente el espacio de la correccional y, como el director francés, no repara en rodar prolongadas tomas silentes. Presenciamos los duros castigos y las peleas internas a través de planos distantes. Los movimientos marciales y las rutinas más triviales se filman con rectificación de plano, como si se intentara hacer caber la mayor continuidad posible. Sin embargo eso no implica una atadura estética en Favio, a quien le agradan los juegos del lenguaje, y no le teme a los cenitales ni al nadir, y a la cámara subjetiva que está presente en más de una ocasión para exhibir la interioridad de Polín. Pues es ése el objetivo principal: hacer del personaje y su interioridad el centro de la trama.
Sin embargo, es necesario recoger las fallas, acaso porque se tratase de un primer largometraje o no: el film rehúsa de tal manera a desenfocar a Polín que en más de una ocasión se pierde orientación en la función de otros personajes en la historia, sobre todo en el segundo tramo.
Favio reconoció tiempo después que si bien el guión recrea su pasado humilde y de privaciones, en el fondo de todo, él tuvo una infancia feliz. De tal suerte que la infancia de Polín para Favio no tiene que verse trágica, ya que halla la felicidad en la libertad aún con los sinsabores que la calle ofrece. Dicho goce en el personaje se afirma en los momentos holgados y de desnudez a orillas del rio, alejado incluso del barrio y de su familia. Mas estos momentos no impiden que la realidad cruda interfiera, a través de una agresión sexual hacia otro niño ante la que nada puede hacer él.
Es por esta sensibilidad expresada frente a los avatares de la niñez y la adolescencia que el crítico peruano Isaac León no teme emparentar a la película de Favio con otros títulos precedentes como Los olvidados (1950) de Luis Buñuel o El secuestrador (1958) de Leopoldo Torre Nilsson, salvando desde luego las miradas con que cada director comunica su punto de vista, en buena cuenta tocados por el neorrealismo italiano.
Después de todo, infancias representadas en el cine latinoamericano hay muchas –y no cabría aquí enumerarlas–. Las hay protagónicas o secundarias, autobiográficas o etnográficas. Podemos reconocerlas en las películas más y menos rebeldes del cinema novo brasileño, o en la violencia desbordada del Pixote de Héctor Babenco (1984), o de Ciudad de Dios de Fernando Meirelles (2002). Desnudas y vigentes, se hallan también en nuestra cinematografía, en la visión semi-documental de Gregorio (1984) y Juliana (1988) del Grupo Chaski, en las nostálgicas memorias ochenteras de Viaje a Tombuctú de Rossana Díaz Costa (2013), e incluso en las poéticas recreaciones de la vida rural en varios filmes de Robles Godoy (1967). En fin, un listado amplio que aquí se esboza muy incompleto, pero que despierta interés.
Crónica de un niño solo es una película personal y audaz que debe ser vista y debatida, tanto por las novedades que demuestra en el lenguaje cinematográfico, como por la problemática que plantea, ya con los ojos puestos en un presente de pocos cambios. Resulta tan válido verla como un documento social, que como un documento histórico-patrimonial, pues según leo, el edificio que funge de la correccional fue demolido poco tiempo después de su filmación.
El estado de la única copia accesible no es óptimo, mucho menos la calidad y sincronización de sonido. Vale bien entonces recordarla para invocar a su restauración.
Concluyo este artículo describiendo la escena final de la película. Polín deambula de noche y levanta la sospecha de un oficial que se lo lleva para interrogarlo. Polín ya lo sabe –lo supo desde que salió y no le quedó otra cosa que hurtar dinero para sobrevivir–: regresaría más que pronto al patronato. El film culmina con una mirada, esa con que Polín nos interpela como sociedad, mientras es llevado por una calle oscura. ¿Cruza su mirada las fronteras del encuadre, de la manera como lo hace el rostro congelado e incierto del Antoine de Truffaut o de la desafiante Monika de Bergman? Por mi parte, descubro más que todo la mirada de un ser atenazado y suplicante, frente a aquel fondo oscuro con que el autor cierra su historia, para continuarla en la ficción perpetua que el espectador lleva por dentro.
FUENTES
La película Crónica de un niño solo se visualiza en línea en el siguiente enlace de YouTube. El cortometraje El amigo se visualiza en línea en el siguiente enlace de YouTube. Para más datos sobre la película, revisar la ficha técnica en la web Cine Nacional. Sobre el origen de la película, revisar la entrevista con que Favio la presentó en televisión hacia el año 2000. Sobre el actor protagónico Diego Puente, revisar la entrevista que le hizo Diario Popular de Argentina en 2012. Sobre los comentarios de Isaac León a propósito de las primeras películas de Leonardo Favio, revisar su libro El nuevo cine latinoamericano de los años sesenta, páginas 407-413.